miércoles, 27 de mayo de 2015

Maratón de Madrid (Parte 2)

Pues allá voy, 42 kilómetros y 195 metros por delante en una carrera contrarreloj y contra mí mismo, ya que, es la primera vez que afronto un maratón y mi máxima distancia entrenando ha sido de 28 kilómetros. O sea, un motón de incógnitas y sensaciones por descubrir y gestionar.

Los primeros 2 kilómetros son complicados debido a la gran cantidad de corredores. A pesar de salir desde el segundo cajón, la aglomeración es lo que toca. Por eso comienzo perdiendo algunos segundos con respecto a lo planeado. Además comenzamos con un recorrido en subida hasta prácticamente el kilómetro 5 para, a partir de ahí, recuperar el tiempo perdido aprovechando el terreno más llano. A partir del kilómetro 9 comienza una parte del recorrido, en su mayoría favorable y, como estoy acostumbrado a correr más rápido y en distancias más cortas, en ocasiones tengo que obligarme a reducir el ritmo para ir ahorrando “combustible”, que es lo que más me preocupa de cara al final de la carrera.

Enseguida me llega la primera gran alegría del recorrido cuando me encuentro con mi club de fans animándome en el kilómetro 10 para inyectarme la primera dosis de emoción. La carrera continúa sin novedades hasta llegar al kilómetro 14, donde los recorridos del medio maratón y el maratón se separan definitivamente en un tramo muy bien señalizado y organizado. Tras esto, me llama mucho la atención pasar sobre el puente de Rubén Darío y encontrar el Paseo de la Castellana totalmente desierto, digno de la película de Amenábar. Poco después, enfilando hacia el kilómetro 16, veo a lo lejos a alguien animando y gritando mi nombre para, según me acerco, descubrir a mi entrenador junto a su gran familia en mitad de la calle y bajo la lluvia. En ese momento la sorpresa ya es mucho menor que la alegría que me produce. No puedo más que agradecer que hayan recorrido 450 kilómetros para apoyarme.

Continuamos por recorrido favorable unos cuantos kilómetros más, a ratos bajo lluvia intensa, para llegar a la Puerta del Sol, donde el ambiente es espectacular y de gran animación. Pronto completamos la mitad del recorrido, algo por debajo del tiempo previsto, donde tomo mi primer avituallamiento sólido y me sienta bastante mal, así que a partir de ahora solo líquidos.

Entrando en la Casa de Campo, y en terreno llano, sufro mi primera crisis, curiosamente al llegar a mi distancia máxima de entrenamientos que era de 28 kilómetros, y mi ritmo se resiente entre los kilómetros 27 y 30. Cuando empiezo a recuperarme, entre el 32 y el 33 vuelve a caer una buena chupa de agua y ya noto que empiezo a no tener muchas reservas. Por suerte recibo a partir del kilómetro 33 el apoyo y ánimos de Rubén, que me acompañará hasta la meta haciendo una labor impagable solo con su presencia, ya que afrontamos la parte más complicada del recorrido. Y así continuamos bajo la lluvia hasta que, pasando el kilómetro 37, recibo la última dosis de cariño por parte de mi club de fans, esta vez más numeroso aún.

Ese último kilómetro, en el que tantas imágenes pasaban por mi cabeza y tantas sensaciones, es algo que nunca olvidaré y quiero dar las gracias a quienes me llevaron hasta allí por apoyarme y ayudarme incondicionalmente. Por último, una mención especial para quienes quisieron estar conmigo ese día y no pudieron. Gracias a todos por propiciar que siga llegando a meta.

jueves, 14 de mayo de 2015

Maratón de Madrid (Parte 1)

Pues llegó el 26 de abril de 2015, algo que hasta hace no mucho veía muy muy lejos y que deseaba que llegara tanto como lo temía. Han sido 6 largos y duros meses de entrenamiento para conseguir el reto que me planteé, algo que, como diría Rajoy, sabía que estaba muy por encima de mis posibilidades, y así me sentí en algunos momentos de la preparación.

Siempre pensé que correr 42 kilómetros no era muy sano y que era una distancia que no intentaría. Hoy puedo decir que, si bien es una experiencia por la que todo runner debería pasar una vez en la vida, los efectos que produce en el cuerpo (y hablo en primera persona) son curiosos, pero de eso hablaré más adelante.

Son las 8:00 de la mañana y estoy en el parking cercano al parque de El Retiro sentado en el coche mentalizándome durante unos minutos para lo que me viene dentro de una hora. En mi examen de conciencia veo imágenes de esfuerzo, de cansancio, de ilusión, de dedicación, y sé que solo me queda culminar la obra madurada tiempo atrás en algún recodo de mi cabeza, desarrollada por la mente de Urtzi y apoyada incondicionalmente por mi club de fans.

Ha estado lloviendo casi toda la noche y en cuanto salgo a la calle noto la humedad e incluso a ratos cae algo de llovizna. Con este ambiente me dirijo hacia la zona de salida dando un paseo entre cientos de “compañeros de fatigas”. Claro que estoy nervioso, así que trato de relajarme iniciando un calentamiento suave antes de colocarme en el cajón de salida. En la zona que elijo coincido con esos que, nada más verlos, piensas: “estos son los que van a ganar”. Me llamó la atención que no estaban haciendo nada diferente a mí, que estaban muy serios, que no hablaban entre ellos y que iban mucho más abrigados que yo. Intenté mirarles por encima del hombro pero no me salía, así que, intimidado, opté por centrarme en mi propia rutina. Una vez dentro del cajón de salida fue como si ya todo estuviera bien, como si no hubiera marcha atrás, y empiezo a sentirme tranquilo y dispuesto ya para afrontar lo que viene. Hasta ese momento no soy consciente de las dimensiones físicas que tiene la carrera, por número de corredores, por gente de la organización, por el espacio que cubrimos en la zona, etc.

Aunque parezca pretencioso, sé que voy a terminar la carrera sin problemas, que con la preparación que llevo nada puede impedirme lograr el objetivo y que puede ser una cuestión más mental que física superar las posibles crisis que puedan surgir. Pues a por ello voy porque acaban de dar las 9:00.