Pues allá voy, 42 kilómetros y 195 metros por
delante en una carrera contrarreloj y contra mí mismo, ya que, es la primera
vez que afronto un maratón y mi máxima distancia entrenando ha sido de 28
kilómetros. O sea, un motón de incógnitas y sensaciones por descubrir y
gestionar.
Los primeros 2 kilómetros son complicados debido a
la gran cantidad de corredores. A pesar de salir desde el segundo cajón, la
aglomeración es lo que toca. Por eso comienzo perdiendo algunos segundos con
respecto a lo planeado. Además comenzamos con un recorrido en subida hasta
prácticamente el kilómetro 5 para, a partir de ahí, recuperar el tiempo perdido
aprovechando el terreno más llano. A partir del kilómetro 9 comienza una parte
del recorrido, en su mayoría favorable y, como estoy acostumbrado a correr más
rápido y en distancias más cortas, en ocasiones tengo que obligarme a reducir
el ritmo para ir ahorrando “combustible”, que es lo que más me preocupa de cara
al final de la carrera.
Enseguida me llega la primera gran alegría del
recorrido cuando me encuentro con mi club de fans animándome en el kilómetro 10
para inyectarme la primera dosis de emoción. La carrera continúa sin novedades
hasta llegar al kilómetro 14, donde los recorridos del medio maratón y el
maratón se separan definitivamente en un tramo muy bien señalizado y organizado.
Tras esto, me llama mucho la atención pasar sobre el puente de Rubén Darío y
encontrar el Paseo de la Castellana totalmente desierto, digno de la película
de Amenábar. Poco después, enfilando hacia el kilómetro
16, veo a lo lejos a alguien animando y gritando mi nombre para, según me
acerco, descubrir a mi entrenador junto a su gran familia en mitad de la calle
y bajo la lluvia. En ese momento la sorpresa ya es mucho menor que la alegría
que me produce. No puedo más que agradecer que hayan recorrido 450 kilómetros
para apoyarme.
Continuamos por recorrido favorable unos cuantos
kilómetros más, a ratos bajo lluvia intensa, para llegar a la Puerta del Sol,
donde el ambiente es espectacular y de gran animación. Pronto completamos la
mitad del recorrido, algo por debajo del tiempo previsto, donde tomo mi primer
avituallamiento sólido y me sienta bastante mal, así que a partir de ahora solo
líquidos.
Entrando en la Casa de Campo, y en terreno llano,
sufro mi primera crisis, curiosamente al llegar a mi distancia máxima de
entrenamientos que era de 28 kilómetros, y mi ritmo se resiente entre los
kilómetros 27 y 30. Cuando empiezo a recuperarme, entre el 32 y el 33 vuelve a
caer una buena chupa de agua y ya noto que empiezo a no tener muchas reservas.
Por suerte recibo a partir del kilómetro 33 el apoyo y ánimos de Rubén, que me
acompañará hasta la meta haciendo una labor impagable solo con su presencia, ya
que afrontamos la parte más complicada del recorrido. Y así continuamos bajo la
lluvia hasta que, pasando el kilómetro 37, recibo la última dosis de cariño por
parte de mi club de fans, esta vez más numeroso aún.
Ese último kilómetro, en el que tantas imágenes
pasaban por mi cabeza y tantas sensaciones, es algo que nunca olvidaré y quiero
dar las gracias a quienes me llevaron hasta allí por apoyarme y ayudarme
incondicionalmente. Por último, una mención especial para quienes quisieron
estar conmigo ese día y no pudieron. Gracias a todos por propiciar que siga llegando a meta.