En la primavera de 2014 decidí apuntarme a la Media Maratón que cada mes
de octubre se celebra en Valencia, en lo que sería mi segunda participación en
la misma. Entré entonces en la web de la organización de la carrera y me
descargué el plan de entrenamiento que debía seguir para intentar llegar a la
meta en menos de 1h y 45mins. Evidentemente no puedo seguir los entrenos de mi
hermano. Él está en otro nivel y yo, conocedor de mis limitaciones, intenté
ceñirme lo máximo posible a lo establecido en ese plan.
Empezaron los entrenos y todo fue según lo previsto. Yo me fui
encontrando cada día mejor. Las sensaciones eran muy buenas y conforme nos
íbamos acercando a la fecha de la carrera, mejor me iba viendo, atendiendo al
plan previsto y escuchando los consejos de mi hermano.
Entramos en la semana previa al evento y en mi preparación sentía que
había cumplido el objetivo que me había marcado. Había llegado a hacer rodajes
extensivos de 18kms muy cerca del tiempo de carrera. Estaba muy contento.
Además, tenía la espinita clavada del tiempo robado a la familia y a los amigos
por los cuatro entrenos semanales, pero he de decir que en mi mujer he
encontrado siempre apoyo y palabras de ánimo y aliento, lo que sin duda me ha
ayudado.
El día anterior a la carrera, el sábado, preparamos todo lo necesario
para viajar a Valencia, donde llegamos a primera hora de la tarde. Una vez
establecidos en el hotel correspondiente, nos acercamos hasta la Feria del
Corredor para recoger la camiseta, la bolsa y el dorsal con el chip. Los
nervios estaban ya a flor de piel. Quedaba cenar bien y descansar aún mejor.
El día de la carrera nos levantamos temprano y con muchas ganas.
Ansiosos por llegar a la línea de salida, despedirnos, desearnos lo mejor y
emplazarnos a la llegada. Pero cuál fue mi sorpresa que mi hermano me dice que
va a correr conmigo, que las últimas semanas no ha podido entrenar como quería
por culpa de un proceso catarral y que ha decidido que va a estar conmigo,
despreciando el intento de superar su marca. Aquello hizo que se me pusieran
los pelos de punta. Mi único pensamiento fue: “ahora sé que todo va a salir
bien”.
Y así fue. Comenzó la carrera y allá nos lanzamos. Juntos. Él iba
marcando el ritmo. Incluso se acercaba a los avituallamientos para que yo no
perdiera metros o tiempo y venía hasta mí con la bebida. Unos metros más allá
del kilómetro 10 nos estaba esperando nuestro incansable club de fans, que nos
inyectaron la gasolina suficiente para poder continuar con ánimo nuestros pasos
por la calles de Valencia.
Sobre el kilómetro 14-15 las piernas empezaron a dar los primeros
síntomas de fatiga, pero ahí estaba mi hermano con la cuerda imaginaria tirando
de mí, no permitiendo hacer concesiones al cansancio mental. Esto me permitía
disfrutar de la carrera y ver calles y lugares que en la pasada edición no pude
ver, pues el cansancio no me lo permitió. Y así seguimos devorando kilómetros.
Nada más pasar el kilómetro 20 de nuevo estaba allí nuestro club de
fans, y pude sacar fuerzas (no sé de dónde) para gritar a viva voz “os quiero”
mientras señalaba a mi mujer con mi dedo índice. Y no solo eso, mi hija y dos
de mis sobrinas nos acompañaron en los últimos metros hasta la línea de
llegada, lo que casi consiguió que se me saltaran las lágrimas.